domingo, 28 de marzo de 2010

Escocia: primera entrega


Edimburgo, o Din Eidyn, es una de las ciudades más bellas que he conocido. Esta ciudad comenzó con un fuerte (el castillo) en un cerro que fue motivo de innumerables peleas iniciadas por todos aquellos que desearon en algún momento tener el control de la región: los celtas, los anglos, los vikingos, los bretones y los escoceses del oeste de Irlanda, quienes le dieron su nombre a Escocia.

                                    Vista de la parte vieja de la ciudad                                          
                       
A través de los años, el castillo fue tomado, destruido y reconstruido innumerables veces a causa del interminable conflicto entre los ingleses y los escoceses. Y a pesar de los conflictos políticos y religiosos, de esta rebelión surgió una de las ciudades más elegantes del mundo. Tal vez uno de los factores que le permitió florecer es el extenso periodo de paz del que han gozado los escoceses desde 1746. Este periodo de seguridad ayudó a nutrir el desarrollo de grandes pensadores y escritores prodigiosos, como Robert Burns, Walter Scott y Robert Louis Stevenson, y permitió que el pueblo se expandiera más allá de la fortificación del cerro con un estilo excepcional que siempre recuerdo con una inmensa nostalgia que me hace querer volver a hacer una parada en esa ciudad en mi próxima aventura trasatlántica.

Castillo de Edimburgo.  El día de nuestro aniversario de bodas, Edgar y yo pasamos la noche escuchando desde este parque con vista al castillo, un concierto de música clásica con fuegos artificiales que marcaban el final del famoso Festival de Edimburgo.

Recuerdo la primera vez que vi Edimburgo en 2001. Tras un viaje a Irlanda, Edgar y yo tomamos un tren de Londres a Edimburgo que viajó durante la noche. Como no teníamos mucho dinero en aquellas épocas, viajamos en segunda clase, envidiando a todos los pasajeros que iban cómodamente acurrucados en posición vertical en los camastros de sus camarotes. Nosotros, en cambio, íbamos incómodamente sentados, pero emocionados de conocer uno país y una nueva ciudad.

De pronto, el tren se detuvo, y amodorrados nos preguntamos si ya habíamos llegado a nuestro destino, y qué hermosa sorpresa nos llevamos cuando corrimos la cortina de la ventana del tren y nos encontramos con una ciudad llena de desniveles misteriosos, vistas inesperadas, sobriedad y elegancia. El primer gran monumento que recuerdo haber visto al bajarme del tren, con la mochila aún sobre la espalda y una gaita de trasfondo, es el Monumento a Scott, uno de los escritores más patrióticos y de mayor influencia de Escocia. El monumento es una torre victoriana con tallados recargados y pequeñas estatuillas de personajes de las novelas de Sir Walter Scott. Como dato curioso, Sir Walter Scott sufrió de poliomielitis cuando niño, toda su vida vivió lisiado. Nunca fue un gran intelectual, pero se enfocó en la literatura histórica y patriótica, lo que le ganó la admiración de la Reina Victoria. Como muchos saben, pero lo pongo para los que no lo recuerden, fue autor muy prolífico de poemas y novelas románticas, incluyendo Ivanhoe.

Monumento a Sir Walter Scott

El castillo de Edimburgo
Nadie sabe realmente cuándo se construyó la primera fortaleza en la roca volcánica de Edimburgo, pero su ubicación es tan perfecta, que me imagino que los habitantes prehistóricos no pudieron haberla pasaron por alto. En un libro encontré que los primeros registros de la Din Eydin datan de alrededor del año 600 d.C., cuando los guerreros lotianos fueron aniquilados por los anglos del norte de Umbría. Y al parecer hubo matanza tras matanza hasta la último de los ataques a la ciudad en 1745 cuando el príncipe Carlos Eduardo Estuardo, conocido como "Bonnie Prince Charles" intentó recuperar el trono.

                                                                    El castillo de noche


Vistas de la ciudad desde el castillo

Hoy, el castillo es la atracción más grande no sólo de Edimburgo, sino de Escocia, y la verdad es que las vistas de la ciudad y los alrededores son impresionantes, y la historia que guarda el castillo es invaluable.

Explanada del castillo


La entrada, llamada the Gatehouse, flanqueada por las estatuas de William Wallace, líder escocés del siglo XIII, y el Rey Roberto de Escocia (Robert the Bruce) es imponente.

La entrada (Gatehouse)


Por150 años ininterrumpidos, todos los días, excepto los domingos, se dispara el cañón de las trece horas (the one o'clock gun) desde la cara norte del castillo.


El cañón de las trece horas



Fila de cañones listos para defender el castillo


Dentro del palacio construido en el siglo XVI, se puede ver la pequeña recámara real donde la Reina María Estuardo (Mary Queen of Scotts) dio a luz al futuro Jacobo VI de Escocia (James VI) y la sala de la corona con joyas invaluables.


Joyas de la corona escocesa


Escudo del león


Tal vez el lugar más bonito dentro de la enorme fortaleza en la capilla de Santa Margarita, construida en el siglo XII por David I en honor de su madre, la Reina Margarita. Se trata de una pequeña capilla romanesca que es la construcción más antigua de Edimburgo. Por cierto que leyendo me encontré con que la Reina Margarita, esposa de Malcom III, murió dentro del castillo en 1093 tras recibir la noticia que su esposo había muerto en el campo de batalla.



Capilla de Santa Margarita, siglo XII


Interior de la capilla

Y bueno, eso es todo por hoy. Espero en los próximos días continuar con mi resumen de Escocia, en un intento por aferrarme a los recuerdos de viajes pasados; por no olvidarme de todos los maravillosos rincones del mundo que he tenido oportunidad de conocer y que ahora se encuentran clasificados en cajas llenas de souvenirs y recuerdos, folletos, boletos de tren y de admisión a museos. Un intento por compartir mi pasión por los viajes que ilustran y nos unen como seres humanos; por compartir los caminos recorridos y asimilar las lecciones aprendidas para disfrutar más plenamente las aventuras que nos esperan.

¡Hasta la próxima!

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