domingo, 31 de enero de 2010

Das weisse Band

Hace un par de semanas vi una película que me encantó. Claro, iba con ciertas expectativas porque esta película ganó la Palm D'Or en el Festival de Cannes de este año. No sé cómo le irán a poner en español (¿El listón blanco?), pero como sea que la bauticen, esta película es bellísima y aterradora a la vez. No sé mucho de cine, pero sí sé cuando algo me gusta, y este film del director austriaco Michael Haneke me puso los pelos de punta.

La película es en blanco y negro, y muy a tono, comienza con una pantalla blanca y cierra con una pantalla negra. La historia se desarrolla en un pueblito alemán muy religioso antes de la 1ra. Guerra Mundial donde un maestro de escuela, aparentemente judío, recuenta los sucesos de un puñado de meses que vivió ahí en su juventud.

El pueblo, inusualmente silencioso, comienza a llenarse sucesos siniestros, accidentes, incendios, niños golpeados y torturados, y siempre cerca de cada incidente, un grupo de niños extrañamente callados y maliciosos, dispersando su maldad como plaga.

Al terminar la película, que es como un eterno suspenso, te quedas con más preguntas que respuestas y no puedes más que preguntarte qué pasará con estos niños cuando crezcan, sobre todo si nos ponemos a pensar que cuando tengan alrededor de 30 van a estar ya bajo la influencia de Hitler.

jueves, 28 de enero de 2010

A cerrar la boca

A mí me encanta hablar (¿cierto Edgar?), y por eso, temo decirles que me cuesta escuchar. Pero este año quiero realmente retomar algo que he traído en la cabeza desde hace mucho tiempo: aprender a escuchar, pero a escuchar de verdad, a enfocarme en las palabras de la persona que me habla, a no interrumpir sus enunciados, a no ignorarlos o pretender escucharlos, ni tampoco a escuchar selectivamente. Quiero aprender a escuchar de manera atenta y empática, con el corazón. ¿Y saben por qué? Porque últimamente me he vuelto más sensible a las personas que no me escuchan, que me interrumpen o que simplemente no registran nada de lo que estoy diciendo. ¡Es terrible! Y lo peor de todo es que yo peco de lo mismo, sobre todo cuando hablo mientras trabajo en la computadora o estoy haciendo otras cosas... pero ya no más.

En un libro de Sam Harrison sobre a creatividad listan los 7 pecados capitales de las personas que no saben escuchar:
1. Prejuzgar lo que la otra persona está apunto de decir.
2. Criticar en silencio a la otra persona o lo que ésta dice mientras habla.
3. Pensar en lo que vamos a decir después.
4. Interrumpir a la otra persona.
5. Rendirse ante las distracciones que nos rodean.
6. Terminar los pensamientos de la otra persona... en voz alta.
7. Desconectarse por completo.

Culpable, culpable, culpable, culpable, culpable, culpable y culpable.

Así es que a escuchar se ha dicho. Después de todo, escuchar es la manera más maravillosa de entender a los demás, de descubrir sus sueños y sus aspiraciones, de entender sus miedos y sus tristezas, de acercarnos más a los seres que amamos.

martes, 26 de enero de 2010

El 10 11

Una nueva banda fantástica... sin palabras. Literalmente: su música no tiene letra. Son sólo dos tipos con una batería, un bajo/guitarra de doble cuello y muchos pedales que hacen “loops”. Súper chido. ¡Bienvenidos a nuestro Ipod El Ten Eleven! (Gracias por otro gran descubrimiento Edu Jam).

Chamarra y Bretaña


Tengo una debilidad por Francia. Ni qué hablar. Es una fascinación que se remonta a no sé qué momento de mi infancia. La torre Eiffel... las crepas... todos los clichés. La primera vez que la sentí cerca fue cuando iba en primero (¿o segundo?) de primaria y perdí mi chamarra ochentera (chaqueta o cazadora, para los “no mexicanos”) en un viaje escolar a la Ciudad Deportiva de la Magdalena Mixhuca. Cuando llegué a mi casa comenzó la tortura: ¿Dónde está tu chamarra? ¿La olvidaste en el viaje escolar? ¿Cuándo la vas a traer de vuelta? ¿La dejaste en la escuela? A lo que no podía más que comenzar a elaborar la mentira más complicada que he dicho en mi vida. «Se la presté a Mayra» le dije a mi mamá. «Mañana me la trae Mayra», «Se le olvidó a Mayra»... Mayra, Mayra, Mayra...

Con el pasar de las semanas, mandé a Mayra hasta un lugar que por años había tenido por alguna extraña razón en mi cabeza: directito a Paris. «Mayra se fue a Paris, mamá», le decía. «Ya casi llega Mayra» le repetía. «Ya llegó, pero no contesta».

Nunca recuperé esa chamarra, pero Paris, y Francia por defecto, se quedaron en mi cabeza. Si escribiera un libro, mandaría a mi protagonista a Francia, a París, Loire o Bretaña de preferencia.

He estado en Francia varias veces, y espero volver muchas veces más, pero nunca la he visitado en primavera, y nunca he puesto pie en Bretaña. Algún día iré a esa región a probar las ostras de Belon, las mejores crepas del mundo y a ver el Mont Saint Michel.

domingo, 24 de enero de 2010

Una puerta roja

Siempre he soñado con tener una casa de auténtico estilo modernista de mediados de siglo. Me gusta la simpleza y calidez de sus líneas y la inmortalidad del mobiliario clásico modernista de la escuela Bauhaus. Claro, me encantan también muchas de las propuestas contemporáneas, pero el estilo de mediados del siglo XX tiene tres cuartos de mi corazón y un octavo de mi línea de crédito secuestrada: Florence Knoll, Charles y Ray Eames, Ludwig Mies van der Rohe, Marcel Breuer, Walter Gropius, Marcel Breuer y Harry Bertoia entre otros.




En fin, nuestras prioridades han sido: 1) la educación de nuestra hija que tiene un poco más de 15 años 2) viajar y 3) viajar (en ese orden), lo que ha dejado la compra de una casa al final de nuestra lista (porque lo bailado, ¿quién nos lo quita?). Pero si algún día tenemos el suficiente dinero para comprar o construir (sin endeudarnos demasiado) un departamento o casa (espero que pueda ser de estilo modernista o contemporáneo, por supuesto), de una cosa sí estoy segura: la puerta va a ser roja, como un beso en el cachete de una calle. ¿Qué tono de rojo? Rojo camión de bomberos, rojo "irlandés" (que si se ponen a pensar, la historia de los bomberos y los irlandeses en los Estados Unidos tienen más que el color rojo en común).


Hemos tenido la fortuna de ir a Irlanda en un par de ocasiones, (Irlanda del Norte y la República de Irlanda). Entre las muchas cosas que nos parecen fascinantes de la tercera isla más grande de Europa y la vigésima del mundo (su cultura celta, su mar, su verde, su cerveza, sus monjes salvadores de la cultura occidental, sus luchas y rebeliones, su calidez, su talento para contar historias y hablar, hablar y hablar, su sensibilidad, sus castillos, la bella Dublín y la rebelde Belfast, Limerick y Slane, y su enorme lista de escritores y poetas (Jonathan Swift, Douglas Hyde, Flann O'Brien, Sheridan Le Fanu, James Joyce, George Bernard Shaw, Richard Brinsley Sheridan, Oliver Goldsmith, Oscar Wilde, Bram Stoker, W. B. Yeats, Samuel Beckett, Seamus Heaney, y C. S. Lewis entre los más conocidos), su música folclórica y moderna (U2, Thin Lizzy, Bob Geldof, Van Morrison) es impresionante, y ni hablar del río Shannon y el Liffey... y bueno, podría seguir por varios párrafos más), entre todas estas cosas, se encuentran sus famosas puertas de colores que adornan sus ciudades como confetis en carnaval.

Hay dos teorías de por qué las puertas de Irlanda son tan coloridas. ¿A cuál le apuestan? A mí me gusta más la segunda, un poco parecida al por qué las familias pintaban de colores las casas de los pescadores de la isla de Burano en Italia para que pudieran identificar su casa desde lejos tras días en altamar.


a) Cuando falleció la Reina Victoria, se le pidió a toda la población Irlandesa que pintara sus puertas de negro para el luto. En rebeldía contra los ingleses, los irlandeses hicieron lo opuesto y pintaron sus puertas de diferentes y vibrantes colores.


b) Ya pasados de copas, los irlandeses regresaban de los "pubs" y tiro por viaje no podían encontrar sus casas. Por eso pintaron las puertas de diferentes colores, para que en la confusión que les causaba su ebriedad, supieran a qué casa ir a curarse la cruda.

sábado, 23 de enero de 2010

Mexicanismos 1.0

Hace no mucho, en una de esas tantas fiestas típicas del ambiente publicitario del mercado hispano de Los Ángeles., me encontré platicando con un grupo representativo de la típica demografía “angelina”: un par de argentinas, una chilena, una española, un perdido francés, había alguien por ahí de Uruguay, Colombia... el clásico "Latin mix".

Cuando me encuentro entre un grupo con personas de diferentes países de habla hispana, “sintonizo” mi español en la estación “Spanish – International”, es decir: sin chilanguerías, sin tono de fresa o de naca, ni muy muy, ni tan tan, moduladito y sin palabras que puedan causar conflicto. En resumen, evito usar localismos o regionalismos propios de México y modular mi tono.

Aquí en Estados Unidos literalmente se está gestando un nuevo español, y este esfuerzo por modular y evitar regionalismos y localismos no es más que un intento por hablar un español que sea para todos: ni mexicano, ni argentino, ni centroamericano, ni ibérico. Claro, muchos ni hacen el intento, pero al parecer, mis esfuerzos llamaron la atención del grupo de personas con el que estaba platicando (ya verán por qué he estado poniendo el verbo "platicar" en negritas). Después de varios minutos de conversación, una de las chavas (chicas, pibas, minas, tipas, monas, muchachas), que era de nacionalidad argentina me preguntó que de dónde era, que no identificaba mi acento, que físicamente no parecía peruana, ni uruguaya, ni argentina, ¿tal vez chilena? ¿Mexicana acaso? No, no parecía mexicana, las mexicanas son más morenitas y chaparritas (estereotipo común por estos lares). Después de unos minutos se convirtió en un juego. De pronto, todos estaban intentando adivinar mi nacionalidad, y mientras seguíamos hablando sobre tal o cuál tema, todos intentaban encontrar un dejo de mexicano o de peruano o de chileno o de algo en mi español, y claro, yo más esfuerzo hacía por permanecer neutral y evitar todo término que pudiera ser un mexicanismo. Y todo iba viento en popa... hasta que inocentemente dije una palabra que hasta ese día ignoraba que fuera exclusiva de los mexicanos: «El otro día estaba platicando con...». « ¡Ajá! –me dijo la argentina inmediatamente- ¡Eres mexicana!».


Pues llegando a casa busqué en mi diccionario de mexicanismos, y claro, ahí estaba la traidora palabra:
platicar. (De plática ‘conversación’, del antiguo plática ‘conversación’, antes ‘trato con la gente’´, antes ‘práctica’, del latín tardío practice ‘práctica’, del griego praktiké ‘práctica’, de praktiké femenino de praktikos ‘práctico’, de praktós, verbal de prássein, práttein ‘experimentar, negociar, practicar’).

¿Qué otros mexicanismos se les ocurren? Se me ocurren unos obvios y otros no tanto (sin excluir ni préstamos ni neologismos): cachirulo (trampa, engaño), hot cake o jotqueik (que en inglés realmente es "pancake"), joven y jovenazo (cuando se usa el primero como tratamiento de respeto «Claro que sí joven» y de forma de tratamiento festiva el segundo «Véngase para acá mi jovenazo»), relajo (como en “echar relajo”), refacción (pieza de vehículo), jitomate (tomate), jerga (trapo), desconchinflado y desconchabado (estropeado), desfiguro (algo ridículo), talacha (reparar una máquina o hacer un quehacer), klaxon (bocina para automóviles) y varias palabras altisonantes como pinche y guey.

Banderas botaneras

Si a Edgar siempre le han gustado las banderas, creo que ahora le van a gustar aún más. Estas banderas, hechas con alimentos locales representativos de cada país, se hicieron para celebrar el Festival Internacional de Comida de Sydney en 2009. Cada bandera representa a uno de los países participantes... no encontré la de México. Me pregunto si habrá participado...

Ésta es la de Francia...





Ésta es la de España:



Líbano:


Vietnam:


India:


Japón:


Brasil:


Grecia:

Corea del Sur:

Australia:

Italia:


Pensamientos de principio de año

Estos últimos dos años he estado leyendo mucho sobre las civilizaciones del mundo antiguo, particularmente los griegos, los antiguos irlandeses prenormandos y sus invasores vikingos, los árabes, el pueblo de Israel y los romanos. Y ni hablar de lugares y momentos específicos de la historia igualmente fascinantes, como la ruta de la seda y las invasiones bárbaras, y todos los personajes que los protagonizaron.
Me fascina imaginar todas estas culturas y a todos estos personajes y momentos históricos en un mapa donde se encuentran tiempo y espacio y conectar todos los puntos que los unen, y en el proceso, encontrar las respuestas a tantas cosas, unas obvias y otras no tanto, al menos no a primera vista, o al menos no para mí: desde por qué hoy decimos tal o cual expresión, por qué pensamos como pensamos, cómo se formó la moral del mundo occidental, por qué nuestra comida está llena de tantos sabores, unos familiares y otros un tanto exóticos, por qué sobrevivieron ciertas obras monumentales griegas, como la Ileada y la Odisea y por qué otras obras igualmente monumentales e importantes se perdieron para siempre (¿acaso porque fueron escritas por homines naturaliter Christiani? ¿Acaso porque se conservaron con la intención de utilizarlas como una especie de piedra de Rosetta para poder descifrar documentos posteriores que también son pilares de la religión cristina, como por ejemplo, Platón?), quién las salvaguardó y por qué, cómo esas obras influyeron en la formación y conceptualización de la Torah, la Biblia y el Corán... en fin. Creo que me hubiera encantado estudiar historia antigua... e historia medieval... y gastronomía... y diseño industrial... y etnología... y...