Hace no mucho, en una de esas tantas fiestas típicas del ambiente publicitario del mercado hispano de Los Ángeles., me encontré platicando con un grupo representativo de la típica demografía “angelina”: un par de argentinas, una chilena, una española, un perdido francés, había alguien por ahí de Uruguay, Colombia... el clásico "Latin mix".
Cuando me encuentro entre un grupo con personas de diferentes países de habla hispana, “sintonizo” mi español en la estación “Spanish – International”, es decir: sin chilanguerías, sin tono de fresa o de naca, ni muy muy, ni tan tan, moduladito y sin palabras que puedan causar conflicto. En resumen, evito usar localismos o regionalismos propios de México y modular mi tono.
Aquí en Estados Unidos literalmente se está gestando un nuevo español, y este esfuerzo por modular y evitar regionalismos y localismos no es más que un intento por hablar un español que sea para todos: ni mexicano, ni argentino, ni centroamericano, ni ibérico. Claro, muchos ni hacen el intento, pero al parecer, mis esfuerzos llamaron la atención del grupo de personas con el que estaba platicando (ya verán por qué he estado poniendo el verbo "platicar" en negritas). Después de varios minutos de conversación, una de las chavas (chicas, pibas, minas, tipas, monas, muchachas), que era de nacionalidad argentina me preguntó que de dónde era, que no identificaba mi acento, que físicamente no parecía peruana, ni uruguaya, ni argentina, ¿tal vez chilena? ¿Mexicana acaso? No, no parecía mexicana, las mexicanas son más morenitas y chaparritas (estereotipo común por estos lares). Después de unos minutos se convirtió en un juego. De pronto, todos estaban intentando adivinar mi nacionalidad, y mientras seguíamos hablando sobre tal o cuál tema, todos intentaban encontrar un dejo de mexicano o de peruano o de chileno o de algo en mi español, y claro, yo más esfuerzo hacía por permanecer neutral y evitar todo término que pudiera ser un mexicanismo. Y todo iba viento en popa... hasta que inocentemente dije una palabra que hasta ese día ignoraba que fuera exclusiva de los mexicanos: «El otro día estaba platicando con...». « ¡Ajá! –me dijo la argentina inmediatamente- ¡Eres mexicana!».
Pues llegando a casa busqué en mi diccionario de mexicanismos, y claro, ahí estaba la traidora palabra:
platicar. (De plática ‘conversación’, del antiguo plática ‘conversación’, antes ‘trato con la gente’´, antes ‘práctica’, del latín tardío practice ‘práctica’, del griego praktiké ‘práctica’, de praktiké femenino de praktikos ‘práctico’, de praktós, verbal de prássein, práttein ‘experimentar, negociar, practicar’).
¿Qué otros mexicanismos se les ocurren? Se me ocurren unos obvios y otros no tanto (sin excluir ni préstamos ni neologismos): cachirulo (trampa, engaño), hot cake o jotqueik (que en inglés realmente es "pancake"), joven y jovenazo (cuando se usa el primero como tratamiento de respeto «Claro que sí joven» y de forma de tratamiento festiva el segundo «Véngase para acá mi jovenazo»), relajo (como en “echar relajo”), refacción (pieza de vehículo), jitomate (tomate), jerga (trapo), desconchinflado y desconchabado (estropeado), desfiguro (algo ridículo), talacha (reparar una máquina o hacer un quehacer), klaxon (bocina para automóviles) y varias palabras altisonantes como pinche y guey.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario